jueves, 25 de diciembre de 2014

Un libro que se publicó hace bien poco y que leí con gusto: El perro bizco, del señor Davodeau. Forma parte de esa colaboración aquí impensable entre el museo del Louvre y Futuropolis (no sé si ha habido otras editoriales antes) para producir álbumes que, de una u otra forma, promocionen la imagen del museo como institución.


Davodeau se aleja aquí de sus habituales temas, casi siempre cercanos a la denuncia social, pero mantiene su mirada naturalista y su amor por lo cotidiano, aplicándolos a una historia improbable que, en tono de comedia, protagoniza un vigilante de sala del Louvre que se ve comprometido por la descacharrante propuesta de los familiares de su novia: colgar  en el museo un cuadro (feísimo) pintado por el tatarabuelo. 

Yo me he reído mucho, más allá de los ocasionales paralelismos con, bueno, ya saben, mi Marco Incomparable. (Y, como nota al margen, me ha llamado mucho la atención ese retrato del museo que se hace: un gentío en permanente movimiento, que parece ser incapaz de mirar si no es a través del objetivo de sus cámaras fotográficas o, sobre todo, de las pantallas de sus móviles... El signo de los tiempos, supongo.) 

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