miércoles, 10 de enero de 2018



Temporada de listas.

Ahora lecturas (sin viñetas). Con algunas notas rápidas que fui haciendo conforme los terminaba (aunque no siempre, porque soy como soy).


2016 terminaba a media lectura de El libro más peligroso (Kevin Birmingham, ES POP), y fueron sus páginas las que inauguraron el año nuevo. Interesante todo el tema de las legislaciones contra la obscenidad. También los personajes: casi son superhéroes pop, cada uno con sus particulares poderes y enemigos y aliados, con sus "uniformes" incluso, con sus batallitas. (Alguien ha dicho que es una crónica sobre la construcción de la modernidad, pero no recuerdo quién ni dónde. Y sí, también.)

Cómo dejar de escribir, de Esther García Llovet en Anagrama. Me gustó por lo breve y seco. De alguna manera, me recordó a Fernández Mayo (sin que tenga nada que ver). Lo primero que pienso nada más leerlo: canciones tristes (aunque esas dos palabras conducen directamente a Fresán, y para nada).

Rondó para Beverly. (John e Yves Berger, Alfaguara.) Muy corto. Memoria compartida de la esposa (y madre) muerta. Me deja muy frío (igual no he sabido leerlo, no sé).

De Gonzalo Torné me había gustado mucho Divorcio en el aire, así que Años felices (Anagrama) lo cogí con ganas. Y muy bien. Al principio se hace raro que el narrador no te cuente la historia a ti, lector, sino a una tercera persona. Un grupo de amigos a través de los años: afinidades, amores, desvelos, coincidencias, traiciones. Me hizo mucha gracia encontrarme con nombres como Harry Osborn, Jimmy Olsen o Kitty Pryde, 'cause I yam as I yam (y porque sé, además, que son guiños conscientes del autor). Hay que leerlo a tragos largos, eso sí. (Y es de los que apetece releer.)

Últimos días de Nueva París, China Miéville, en Nova (Ediciones B). Mientras lo leo, no puedo evitar la sensación de que en inglés lo disfrutaría más. La sombra de Morrison y su Doom Patrol sobrevuela sus páginas todo el rato. Hay un apéndice para guiarse en el laberinto de referencias y citas, que no sé si hace falta.

Peligros de fumar en la cama y Las cosas que perdimos en el fuego, de Mariana Enríquez. (Anagrama.) Los dos los disfruté mucho. Relatos fantásticos, a menudo de puro terror (con algún guiño ocasional a Lovecraft). Me encanta el fraseo, tan argentino. Quizá, de todos, el cuento que más me impacta y que es de un horror frío, terrible, es el que da título al segundo libro: Las cosas que perdimos en el fuego.

Con La amiga estupenda, de Elena Ferrante, no pude. No sé, pensé que era otra cosa. Lo dejé cuando ya había leído dos tercios. (Le puse ganas, sí. Pero no.)

Los cinco y yo. (Antonio Orejudo. Tusquets.) Lo empecé a leer esperando algo ligero y me encontré con un poso de amargura que, de primeras, me desconcertó. Pero bien.

Robar en American Apparel. (Tao Lin. Alpha Decay.) Pues a ver... en general, bien. Los personajes, eso sí, me dan lo mismo. Pero la cosa fluye, hay un montaje veloz y muy eficaz y algo de poso queda después. Curiosidad por leer más cosas del mismo señor.

De Chimamanda Ngozi Adiche he leído dos libritos que recogen charlas centradas en la reivindicación feminista: Todos deberíamos ser feministas y Querida Ijeawele. Cómo educar en el feminismo. Ambos, publicados por Random House. Más satisfactorio el primero, quizá, más brillante. En resumen: verdades como puños y ganas de levantarse y aplaudir.

Esta canción me recuerda a mí. (Joe Pernice. Blackie Books.) Monótono. Todo el rato, la sensación de ya leído, de ya visto. De pronto, en el último tercio, la novela remonta y el personaje femenino se merienda toda la atención y la cosa termina dejando buen sabor de boca.

Lo que dijo Harriet, de Beryl Bainbridge (Impedimenta), se vende como una especie de reescritura de Criaturas celestiales (la maravillosa película del Peter Jackson pre-Tolkien), y eso despista mucho. Como todo en la editorial, impecable. Prosa limpia y británica hasta el tuétano. Todo muy bello, muy turbio.

El cuento de la criada. (Margaret Atwood. Salamandra.) Me gustó mucho el tono, la voz de la narradora. Lo demás es ya sabido. De lo mejor que he leído este año pasado. (Lo peor: la sensación de que, hoy por hoy, todo esto es más creíble que, a lo mejor, cuando se publicó. Salvando las distancias y bli blu bla.)

Cranford. (Elizabeth Gaskell. Alba.) Maravilloso. Personajes entrañables, de los de abrazar fuerte. Es una cosa TAN inglesa, ironía incluída, que no me cansaría de leerlo. Despierta el apetito por esas cosas: más Gaskell, más Austen, qué sé yo. (Ahí flojeo mucho: asignatura pendiente. Otra más.)

Wicked Wonders. (Ellen Klages. Tachyon.) Había leído, hace años, Portable childhoods y The Green glass sea. Una entrevista reciente en Locus me llevó a recuperar a la autora en esta nueva antología, en la que hay relatos extraordinarios. (Sólo por Amicae aeternum ya merecería la pena, pero es que hay muchos más.)

La línea del frente. Kortatu en el título, y así somos en esta casa: atención inmediata. De Aixa de la Cruz me habían gustado mucho los cuentos de Modelos animales (también en Salto de página). La novela no decepciona. Y, por alguna razón, habiéndola leído hace unos meses, pienso en ella y me viene a la cabeza Ballard.

Quédate este día y esta noche conmigo. (Belén Gopegui. Random House.) Aquí me quedé pillado del todo. A veces pienso que la obra de esta mujer me viene como grande, y tengo siempre la sensación, leyéndola, de que me quedan cosas por entender. Pero la amo mucho, porque hay siempre en sus libros, en todos ellos, momentos de asombro genuino, y momentos de arrebato. (Resumiendo, que es gerundio: me ha encantado.)

Women and power. A manifesto. (Mary Beard. Profile Books.) Este librito recoge dos conferencias sobre la relación de la mujer con el poder (o, más bien, del poder con la mujer) en y desde la antigüedad clásica, y cómo de aquellos polvos llegamos a los lodos de hoy. Inteligente, bien engarzado, erudito sin marear.

Leyenda mayor de Ian Curtis. Una locura firmada por el Colectivo Juan de Madre y editada con primor por Aristas Martínez. Un collage de combate, un manifiesto, un work in progress y una bomba de relojería. Me ha dejado muy loco.

Two pints (Jonathan Cape) ha sido mi reencuentro con Roddy Doyle. Reencuentro feliz, debo añadir. Se trata de una colección de diálogos (breves y burbujeantes) en un pub, progresivamente enloquecidos. Muy, muy divertido.



Bola extra: poesía.

Pues sí, este año pasado me he animado. Aunque yo con la poesía me cuesta entenderme, y no sé si sé leerla (o entenderla), pero sé que no sé hablar de ella (porque alguna vez lo he intentado e hice un poco el ridículo, ejem).

He leído en 2017 a Luna Miguel (El laberinto de las sirenas, La Bella Varsovia) y a María Sánchez (Cuaderno de campo, La Bella Varsovia). Que tienen poemas, versos, que no me canso de leer.

He leído Un día negro en una casa de mentira (Visor), que compila todos los libros anteriores de Elena Medel. Y Los poetas que no fueron, de Jean Murdock, en Thule. La aguóloga, de Alicia Álvarez, en Huerga y Fierro.

He leído El poemario de las famosas, de TER. Que me ha sorprendido, porque a lo mejor esperaba más ji ji ja ja y lo que hay en sus páginas es otra cosa.

Y he leído una Antología bilingüe de William Carlos Williams (Alianza), a raíz de Patterson, la peli.

He leído a Vicente Monroy (Rojo Brutal Fluorescente y Encuentra tu lugar en la literatura universal), que en la presentación que hizo del poemario de TER (y que está enlazada unas líneas más arriba) dice cosas hondas y sensatas sobre poesía.

Y he leído a Camino Román (<3 <3 y Accidente, este último en Rialp).


Y eso.




Faltan cosas, claro. Porque soy un desastre, porque se me olvidó anotarlo, porque igual lo tengo a medio leer. (Y falta algún título de ensayo sobre tebeos, pero es que eso va en la lista de las viñetas.)


Este año, más. De todo.





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