domingo, 3 de julio de 2016

Por las mañanas, tempranito, hace aún fresco y da gloria salir al balcón y quedarse ahí, acodado, mirando la calle vacía y el cielo azul. Ya luego, conforme pasan las horas, el calor va aumentando, hinchándose como un bizcocho en el horno, y el aire se recalienta. Hay que cerrar las ventanas, bajar las persianas. El ventilador crea burbujas habitables a su alrededor, mientras el calor se acumula en los rincones de cada habitación y espera a que caiga la noche para recuperar terreno.

Cada noche, a eso de las tres, abro los ojos, me levanto, bebo agua para poder seguir sudando. Me desvelo un rato, vuelvo a un sueño inquieto y agotador.

Buenos días, verano.

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