domingo, 10 de mayo de 2015

Primero lo puse en agua, sin más, y así estuvo durante mucho tiempo, más de un año y más de dos. Llegó a producir una espesa cabellera de raicillas que me hacían pensar siempre en el capitán Nemo y en escenas submarinas, cadáveres enredados entre una turbia profusión de algas. Me decidí a pasarlo a un tiesto con tierra, y durante los meses siguientes no dio más señal de vida que la de no morirse, hasta que hace unas semanas terminó de coger carrerilla y empezó a verdear más, y le brotaron una, dos hojas nuevas, y ahí está. La primavera, que por fin le puso en marcha la máquina de crecer, supongo. (Eso, o volvemos a tener fugas de la Zona Negativa.)


Imagino que, en el fondo, todo se reduce a eso. Que no es poco.  

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