miércoles, 28 de septiembre de 2016

Del 13 al 18 de este mes de septiembre que ya casi se nos termina, se celebraron las XXI Jornadas del Cómic de Avilés, un evento al que hacía mucho tiempo que, por una u otra razón, no podía asistir. (Soy poco de "eventos", en realidad, pero tanto este como la Semana Negra de Gijón están organizados por amigos, y tienen una cualidad poco habitual en otros: la cordialidad. Por eso me gusta ir, siempre que puedo.)

Volver a Avilés ha sido un poco volver a un espacio familiar, y casi ha sido también como viajar en el tiempo. Al 2000, en concreto, que fue la primera vez que estuve por allí. (Insertar aquí dos caritas amarillas, una de asombro y otra de espanto.)

La ciudad no ha cambiado mucho. La recordaba un poco más oscura, quizá. A lo largo de la semana, la hemos paseado arriba y abajo y con ganas (la zona vieja, en fin, el entorno del Ayuntamiento y el Niemeyer: eso sí que es nuevo, y produce una cierta extrañeza a la mirada, como de nave espacial de unos años 60 alternativos varada justo ahí, al alcance de la mano), y además nos hemos permitido el lujo de escaparnos a Oviedo, donde nos diluvió, y a Gijón, donde pasamos buena parte del día mirando al mar.

Por lo demás, poco que añadir. Buena comida, un ambiente agradable, buenos amigos a los que, en algún caso, hacía mucho tiempo que no veía. Y autores en cada esquina, empezando por un omnipresente y siempre encantador George Perez.

El último día, las despedidas eran todas hasta el año próximo. Porque así son allí las cosas: un festival que tiene más de reunión de amigos, casi familiar, que de otra cosa, y del que uno se marcha con ganas de volver.


Este año, Avilés nos recibió con lluvia, y hasta amagó con un remake del Diluvio. 
La ciudad tiene su lado Gotham.
Tiene su lado Innsmouth.
Y tiene, ahora, su lado Ballard. Mientras paseaba por el Niemeyer. no pude evitar acordarme de La exhibición de atrocidades.
Me encanta esta escultura de Eugenia, la Monstrua que retrató Carreño.
En Oviedo llovió a mares. Ni ganas me quedaron de pararme a comprar unos moscovitas. (Eso sí, localizada está ya la confitería para la próxima visita.)
Llegamos a Gijón temprano y bajo la lluvia, y a punto estuvimos de volvernos en el mismo autocar, pero paró en cuanto que pisamos la calle y al final todo muy bien.
A Gijón fuimos para ver el mar, claro. 
Algunos autores a cuyas charlas asistimos: por ejemplo, Álvaro Ortiz, que estuvo muy bien. (Las fotos no le hacen justicia, que él es mucho más atractivo en la distancia corta, pero la poca luz de la sala y que me sentaba en las butacas de atrás por si me atacaba el sopor, tienen estas consecuencias fantasmagóricas.)
Ana Oncina, que es la autora cuyo trabajo más me ha interesado del primer número de la revista Voltio, y que me cayó muy bien,  aunque apenas hablé con ella (porque yo, asocial como soy, no hablo con nadie que no conozca de antes) charló con Germán Menéndez y Jorge Iván Argiz.
De Jesús Alonso Iglesias, que es amigo de señor AÍSA  (coincidió con él en algunas de sus aventuras en el campo de la animación), había una exposición muy chula.
Los Talbot mostraron en todo momento su estoica elegancia british. Él parecía una estrella del rock, siempre de negro y con su corte de pelo ochentero. Ella, una de esas actrices británicas que a uno le suenan de toda la vida. Juntos, entraron muy bien en el tono distendido pero riguroso de la entrevista que condujo Germán con la ayuda políglota de Diego García Cruz.



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