Desde el balcón veo, a la izquierda, una mole de hormigón y ladrillo que, con imaginación y la luz conveniente, puede parecer una astronave varada. A la derecha no hay posibilidad de fantasear: algunos bares nacidos a la sombra de la antigua plaza de toros, portales, oficinas inmobiliarias y peluquerías; más allá, unos árboles que flanquean la calle durante un trecho. Si miro de frente, hay más árboles y algunas terrazas muy concurridas incluso en invierno. En general, bien; mucha gente a todas horas, un tráfico infernal, un kiosco de flores desde el que un loro, grande como un perro grande y de color gris mar, canturrea y silba desde por la mañana temprano. Bueno, y ruido, claro. También de noche, y eso ya no... pero es lo que hay.
Hay palomas y hay urracas. Hay, cuando cae la tarde, unos pocos murciélagos que vuelan como vuelan los murciélagos, como si fueran a tropezar con todo. Durante el verano, una avispa ha estado viniendo a refrescarse cada mañana a eso de las doce en el tiesto encharcado del papiro. Y hay algunos gatos que van y vienen por la calle con aire furtivo, como si supieran que a la última colonia que hubo aquí mismo, a diez metros del portal, la exterminaron hace un tiempo.
Este edificio Baxter es un buen sitio para vivir, en general. Tiene sus cosas: que si la Zona Negativa y sus chisporroteos cuánticos, que si las visitas de Galactus con sus relámpagos... Pero bien, ya digo.
Y cada noche, llueva, nieve o caiga azufre, me asomo un ratito al balcón antes de meterme en la cama.
No hay nada mejor.
Este edificio Baxter es un buen sitio para vivir, en general. Tiene sus cosas: que si la Zona Negativa y sus chisporroteos cuánticos, que si las visitas de Galactus con sus relámpagos... Pero bien, ya digo.
Y cada noche, llueva, nieve o caiga azufre, me asomo un ratito al balcón antes de meterme en la cama.
No hay nada mejor.